jueves, 20 de marzo de 2014

Partiendo

No quería que te marcharas…
Quería amarrarte con la misma soga que moldeaba el nudo en mi garganta.
Te mire, y un lenguaje mudo intento hablar por cada uno,
pero no nos desciframos y sin despedirnos nos marcharnos;
Supe que no había remedio y que por más que lo deseara, tu silencio y tu espalda habían iniciado la marcha.

Condenada al olvido sensorial y al deseo inútil de querer huir u olvidar;
su voz ausente habría de recitarme en la soledad, y
al caer los parpados,
su recuerdo funesto se abriría paso entre la oscuridad.

Te miraba desde lejos, mientras cruzaba mi corazón el tiempo,
el agua salada ya colmaban mis senos, mi cara, y el vidrio que me hacía de almohada;
los kilómetros eran hojas afiladas llenas de recuerdos que me tajaban;
Sentía recoger nuestros recuerdos mientras el auto avanzaba al paso fúnebre de mi desconsuelo.

El naufragio que amenazaba la ocasión me dirigía a una desconcertante desesperación
mientras un joven interesado hacia de rescatista enamorado queriendo salvarme del inevitable naufragio.
Todo sonido, movimiento o luz me eran extraños, y el joven rescatista desapareció de mi vista como un espantajo.

El dolor se adhería a todo lo que era yo en tal momento,
tal tristeza me hacía temblar hasta los huesos,
mientras a punta de aguaceros llenaba los infinitos mares de mis recuerdos...
luego vinieron las culpas que suelen asaltar en ese tipo de momentos:
¿por qué no me ahogue en medio de tu saliva?,
¿por qué no fui capaz de ignorar tus mentiras?
¿Por qué no te hice el amor mil veces antes de la despedida?,
¿Por qué diablos no encontré la forma de aprender a hablar a tu medida?

…Cuando menos, debí haber ahogado los últimos besos en el mar infinito de tus retinas.